En nuestro devenir histórico, el
ser humano ha podido estructurar diversas formas de pensamiento que han
trascendido en su vida cotidiana. Nos hemos formulado preguntas tales como:
¿quiénes somos? ¿de dónde venimos? y ¿hacia dónde vamos? Desde el Paleolítico
Medio (ca.130,000-33,000aC.) el largo
proceso evolutivo del ser humano no sólo había afectado su parte constitutiva
sino también su entorno, llevándolo a una complejidad cultural y religiosa. El organizarse en una sociedad,
estableció un núcleo de relaciones entre los individuos en donde el lenguaje,
la comida y el vestido se convirtieron en emblemas para mostrar a otros quién
es uno en términos sociales; una respuesta básica a la necesidad humana de
pertenencia, adaptación y sobrevivencia. Estas distinciones y emblemas las
podemos encontrar en las diversas obras materiales que el ser humano ha
producido a lo largo de la historia mesoamericana y que distinguieron una
civilización de las otras. En este sentido, en la cultura de
El Tajín encontraremos desde obras pequeñas como es una vivienda, con sus
propios rasgos personales en su interior, hasta las de grandes dimensiones con
características y particularidades escultóricas; es decir, la Pirámide de los
Nichos, el Juego de Pelota Sur y Norte, la Xicalcoliuhqui, el Edificio 5, el
Juego de Pelota Norte y el Edificio de las Columnas. De igual manera,
ubicaremos grandes espacios con representaciones pictóricas, siendo los casos
más representativos el Edificio Co.14 de Cerro del Oeste y el Edificio I. En
este contexto, el arte del escultor y el pintor de la civilización de El Tajín
estuvo sustentado en una ideología esencialmente mágico-religiosa; produciendo
obras de arte de total sobriedad que se acomodaron a un tiempo mítico, producto
del meticuloso y constante reconocimiento de su medio, de las fuerzas sagradas
que existieron en la naturaleza como el fuego, el agua, el viento, el granizo y
el relámpago; y en los animales como la guacamaya y el jaguar, por mencionar
algunos ejemplos. Es por ello, que las obras de estos artistas estuvieron
llenas de símbolos, de signos y de manifestaciones, ejemplos de un arte basado
en lo abstracto o en el naturalismo y el realismo.
Al conocer el medio que los rodea,
los pintores y escultores de las diversas ciudades que conformaron Mesoamérica,
llegaron a producir obras en formatos grandes y pequeños, utilizando pigmentos
de origen animal y vegetal. Emplearon como base o soporte el barro y el estuco,
y para la producción y terminación de las obras las piedras preciosas, los
moluscos, las rocas de diferentes calidades y la obsidiana, entre otras. En el
arte escultórico y pictórico llegaron a representarse eventos vinculados con lo
político-religioso (entronizaciones, humillaciones rituales y sacrificios de
sangre, siendo los principales rituales la decapitación y la extracción del
corazón), escenas de la vida cotidiana, de animales y plantas, de personajes
como gobernantes, “sacerdotes” y guerreros, y fuerzas sacras y dioses. La
flora, la fauna, los seres humanos y las deidades, se personificaron y se
simbolizaron a través de los astros, los fenómenos naturales y los elementos
como el agua, el aire, el fuego y la tierra. Además, podemos encontrar en estas
grandes escenas otro tipo de temáticas como la muerte, la vida, la naturaleza,
los mitos de creación y la lucha entre los dioses, composiciones que
trascendieron el espacio y el tiempo sagrado, obras de arte del área del Golfo
de México, donde se revelaba la lucha de contrarios y las fuerzas positivas o
negativas.
Es importante caracterizar la
esfera religiosa, por un lado para poder comprender cómo se establecieron los
diversos hechos religiosos y por otra parte, explicar esa necesidad de la elite
por plasmar en las obras escultóricas y pictóricas, los diversos fenómenos y
manifestaciones sagradas. En esta dinámica, la religión llegó a ser vista como
un hecho social, humano y de colectividades, que ejerció un control ideológico
en los pueblos y permitió la movilidad de las masas a través de las imágenes,
los símbolos y el arte. La vida religiosa fue activa, en constante cambio
debido al desplazamiento espacial y temporal de los núcleos humanos asentados
en el área, permitiendo la interacción con otras culturas. En este último
sentido, la influencia de la civilización de El Tajín llegó a sentirse en
diversas partes de la costa central de Veracruz (cf.Pascual, 2006 y 2009).
Las obras escultóricas y
pictóricas mesoamericanas simbolizaban cómo conceptualizaba el ser humano
religioso el entorno que le rodeaba. La reconstrucción del hecho y la
manifestación religiosa, es el objetivo general de este libro y el determinar
el modo de diversas prácticas de sacrificio en la costa central de Veracruz,
así como los dioses y las fuerzas sagradas que se veneraban. Desde el análisis
de la escultura y la pintura mural, se determinarán los cambios del ritual de
sacrificio, la importancia de las deidades y las energías divinas, durante los
períodos Clásico temprano (ca.350-600dC.),
Clásico tardío (ca.600-900dC.) y
Epiclásico local (ca.900-1100dC.), en
la civilización de El Tajín, tomando en cuenta las constantes de espacio,
período arqueológico y esplendor cultural. A través de las obras de arte, se
tratará de entender no solo el pensamiento que se tiene en torno a las deidades
y las fuerzas sagradas, sino también la ideología en torno al sacrificio humano
y explicar los rituales que se llegaron a plasmar con mayor frecuencia; es
decir, intentar definir cuales fueron las prácticas, costumbres y tradiciones
culturales que definieron el hecho y la manifestación religiosa. Así mismo,
determinar cuáles fueron los dioses y las fuerzas sagradas más importantes en
el pensamiento de los grupos étnicos asentados en el Centro de Veracruz.